Many thanks to our Colombian reader, Ramiro Borja, for providing this translation to us! The original article in English can be found here.
Translated by Ramiro E. Borja / Colectivo Nueva de Abril
Dominic Corva, Director de Investigación en Ciencia Social Center for Study of Cannabis and Social Policy
En la presentación de ayer conté cómo empecé a explorar los mercados de cannabis y la política pública, y cómo se configuran entre sí. Mis amigos académicos reconocerán esto como un “marco teórico” -una técnica consistente en construir un modelo de mundo para que podamos entenderlo e intervenir.
Es un modelo de “economía política”, lo que significa que el usuario de esta técnica -el analista- necesita considerar cómo es que nuestra manera de ganarnos la vida y gestionar recursos conforma y está conformada por el poder que circula dentro de la sociedad. Eso es muy distinto de los modelos de la ciencia económica que suponen que todo ocurre por eleccion racional y utilidad marginal, modelos que aprendí cuando recibí mi grado como profesional en Economía.
También son distintos de los modelos de mundo que tiene la ciencia política, los que suponen que el Estado tiene en mente los intereses de cada quién cuando hace leyes y políticas públicas, y que distingue con claridad la seguridad de sus ciudadanos de la de los enemigos de éstos.
Mi audiencia ya no es pesadamente académica. Pero es importante que usted entienda cómo es que mi modelo de mundo es la base de mi modelo de la cannabis en el mundo. Como la mayoría de las aproximaciones académicas, debo equilibrar qué tan significativas quiero que sean mis explicaciones con el rigor analítico, para que tengan un efecto en la manera en que la gente piensa y actúa en el mundo. Quiero escoger batallas que pueda ganar, en vez de simplemente tener la razón y sentirme bien por eso.
Esto es especialmente difícil cuando se trata de responder a las preocupaciones que tienen las personas que hacen las leyes y las políticas públicas. Sus modelos de mundo simplemente no reflejan las realidades de los mercados y las políticas del cannabis, que sí entiendo mediante mi modelo. Ontologías inconmensurables, de verdad. Ellos no entienden qué tanto ha durado esto, no entienden de dónde sale la compulsión de prohibir, o quién está siendo prohibido; lo más importante es que no aceptan un modelo que dice que nuestra sociedad ha estado en guerra contra sí misma, una guerra real en la que se han perdido millones de vidas ante el complejo industrial de la seguridad, que es claramente peligroso y anti-paz, lo que mi modelo del mundo muestra.
El problema no es lo que ellos saben, sino cómo lo saben. Su modelo de mundo mira a la guerra contra las drogas como una metáfora, no como una realidad. Su modelo de mundo piensa que la peligrosidad de las drogas prohibidas está dada históricamente, y proviene de decisiones racionales hechas de buena fe por los representantes de la voluntad pública. Su modelo de mundo piensa que solo necesitamos reducir el daño de las drogas, más que considerar la guerra de la sociedad contra sí misma, la que causa no solo los daños de las drogas (que sí existen, parte de un problema social más amplio llamado sobreconsumo), también causa de Cosas Malas que no tienen nada que ver con los daños de las drogas, como hacer de la guerra perpetua una condición de bienestar económico.
¿Será que el problema aquí es una falta total de consenso entre nuestros modelos del mundo? Piénselo: para que la guerra contra las drogas termine de verdad, por razones que reflejen la realidad más que la política, nuestros políticos y formadores de política pública tendrían que admitir que nuestras leyes prohibicionistas y nuestro sistema de justicia penal no corresponden a un modelo de mundo en que suponemos que vamos mejorando en todo -que la Modernidad está venciendo la Barbarie, siempre mejorando nuestra seguridad en vez de presentar a cada paso nuevos modos de destruirnos. Que somos herederos de la tradición de la Ilustración. Que nuestro instinto es apoyar a los que son vulnerables entre nosotros y que las personas que actúan de buena fe pueden apropiarse de éste. Que se conoce el Bien y el Mal y que nuestras instituciones son diseñadas y operadas para hacer que las cosas sean mejores y no peores.
La situación contemporánea de la legalización de la cannabis ilustra este concepto a su modo, y puesto que afecta un segmento tan pequeño de la población que sufre de muchas otras maneras el hecho de que la modernidad resulta una fábula, y no una historia, de progreso e Ilustración, parece que tenemos que dar un paso atrás para seguir avanzando. Los políticos y los intereses económicos, quienes no tienen compromiso alguno con evaluar seriamente qué es lo que ha salido mal y cómo arreglarlo, son los que se están apropiando de las propuestas de legalización de la cannabis que han tenido éxito y de su radicalidad.
En cada Estado esto se da distinto, pero hasta ahora la promesa de legalizar la marihuana como estrategia para acabar la guerra contra las drogas está siendo reemplazada por intereses políticos que todavía están obsesionados -sin fundamento científico- con supuestos daños de la cannabis. Intereses que piden reformar nuestras leyes y políticas públicas pretendiendo que la guerra contra las plantas -y contra las personas cuyas vidas han sido un largo acto de desobediencia civil y de autonomía frente a los destrozos de la guerra racial y clasista- sea más suave y amable.
Las propuestas de legalización estatal son absolutamente revolucionarias frente al orden político de este país, donde la Ley de Sustancias Controladas centraliza en la autoridad Federal la decisión de dónde y cuándo ejercer violentamente sus prerrogativas contra la población, pasando por encima de la autoridad del Estado y la libertad Local.
En cada caso, sin embargo, las legislaturas Estatales están reconfigurando la legitimidad de la prohibición más que haciendo la paz con una planta que ha sido, a lo largo de toda la historia humana, una de las sustancias terapéuticas más seguras para el hombre. Ya es claro que luego de una era de marihuana médica caracterizada por la desmovilización política, la era de la marihuana legal estará caracterizada por un creciente pánico moral frente a la producción y el consumo de cannabis que se colorean por fuera de las barreras tan restrictivas puestas por los marcos legales. Pregúntele qué sentido tiene esto a las comunidades Hmong del norte de California.
¿Qué hacer? ¿Qué batallas escoger? Depende de su modelo de mundo, no solamente de su modelo de lo grandiosa que es la cannabis para el recaudo público y las arcas empresariales. Esto último puede ser una estrategia productiva al momento de apelar a los políticos y las poblaciones dedicadas a mantener el orden económico y político vigente -la gente que piensa: ‘sí, hay cosas malas que están pasando pero no hay que cuestionar hasta el fondo nuestras suposiciones, sino mejorarlas y reformarlas’.
En mi modelo de mundo, esta aproximación alimenta un complejo industrial de la seguridad que está destruyendo a la mayoría de nosotros, para beneficio de unos pocos y de las carreras políticas de muchos. Y lo hace no porque haya gente Mala haciendo cosas Malas (aunque la hay), sino porque hay gente completamente normal que trata de ayudar. Pero como su modelo de mundo no puede acomodar la realidad histórica o presente -o solo una parte- entre más quieren ayudar, más van siendo reemplazados los guerreros culturales como motor de la prohibición por el capital.
Lo que estamos viendo acá, compañeras, es la continuidad de la prohibición más que su fin. El apremio por castigar y estigmatizar ciertas poblaciones se renueva y reempaca para reproducir el orden de cosas vigente. Un modelo de economía política honesto cuestiona este Problema Social.”